Comentario
La Conferencia presentó problemas antes de convocarse y durante su desarrollo. El lugar elegido no parecía el más adecuado. Teherán había sido cuartel general del espionaje alemán y no se tenía la seguridad de que éste hubiera sido totalmente exterminado. Vyacheslav Molotov afirmó, incluso, que se había descubierto una conjura para asesinar a uno de los Tres Grandes durante su permanencia en la capital iraní.
Pero Stalin se mostró inflexible. No quería alejarse demasiado de Moscú y había fijado, como límite, "cualquier punto desde el cual pudiese volver en veinticuatro horas a la capital soviética".
Otro problema que agravaba la inseguridad de Teherán eran los desplazamientos dentro de la misma ciudad. La parálisis de Franklin D. Roosevelt hacía difíciles esos desplazamientos, porque la Embajada de la Unión Soviética, donde se alojaba Stalin, y la norteamericana, donde se habría alojado Roosevelt, estaban muy distantes entre sí. Por el contrario, la Embajada de la URSS y la del Reino Unido de Gran Bretaña estaban muy próximas.
Stalin propuso que el presidente norteamericano fuese huésped de los soviéticos, y lo consiguió. De esta manera se consumó, de hecho, el acercamiento entre los representantes de la URSS y Estados Unidos y el distanciamiento de ambos respecto a Winston Churchill.
Éste no era tan ciego el premier como para no darse cuenta de lo que esto significaba. Pero no tuvo argumentos válidos que oponer a las excusas que, sobre la seguridad y la comodidad de Roosevelt, se le dieron.
"Los Tres Grandes -escribió Raymond Cartier- eran iguales sólo de cara al protocolo... Churchill, que no era querido, fue tratado como una entidad secundaria... Incluso sufrió un desplante de parte de Roosevelt cuando invitó a éste a cenar "a dos". Roosevelt le respondió que no quería dar a Stalin la impresión de que los ingleses y los americanos estaban de acuerdo contra él. Pero luego, todos los días, el presidente y Stalin tenían conversaciones de las que era excluido Churchill".
Roosevelt, que presidió la primera reunión, dejó bien claro en su discurso cuál era el propósito de la convocatoria: felicitó a sus compañeros -y se felicitó a sí mismo- de actuar movidos por la cívica finalidad de ganar la guerra.
No hubo en Teherán una metodología de trabajo. Sería característico en las reuniones de los Grandes, pero nunca de manera tan acusada como en ésta.
Churchill, que se admiraba de ver la mayor concentración de poder mundial que se había conocido en la historia, escribió luego, francamente: "Cada uno podía plantear y discutir lo que quisiera". El presidente norteamericano, con menos rubor, se jactaba de que aquello fuese un comadreo político y prescindió por completo del consejo de los setenta y siete asesores que le acompañaban. Stalin no hizo comentario alguno sobre la evidente desorganización. Era él quien la provocaba, convencido de que le interesaba más sondear a sus aliados que comprometerse con ellos.
La simplicidad de algunos momentos impresiona hoy al cotejarla con las consecuencias que produjeron aquéllas anécdotas. Como cuando Churchill manejaba tres cerillas para explicarle al dictador soviético la configuración de la frontera polaca de posguerra o cuando, cerrado el capítulo finlandés, preguntó Stalin: "¿Hay más cuestiones?"
-"Sí, la cuestión de Alemania", -respondió Churchill.
Era Alemania, por encima de todo, la que había convocado a la negociación a los Tres Grandes. Por eso, una vez introducida la materia, se manifestó la única unanimidad de la Conferencia: el exterminio de los alemanes.
Aunque Anthony Eden, desde su posición de segundo en la delegación británica, quiso hacer un distingo: -"sería ridículo identificar la pandilla de Hitler con el pueblo alemán, con el Estado alemán. La historia muestra que los Hitler vienen y pasan, mientras que el pueblo alemán, el Estado alemán, permanece"-, su voz no fue escuchada.
Era la repetición histórica de otro momento -el Congreso de Viena- en el que Talleyrand se esforzaba por separar a los franceses de Napoleón, sin éxito alguno después de que el emperador se escapase de la isla de Elba para iniciar la aventura de los Cien Días.
Si acaso, Churchill y Roosevelt parecían admitir grados de culpabilidad. El británico creía que Prusia debía ser tratada con mucha más dureza. El norteamericano propuso un plan de división de Alemania, según este esquema:
-Cinco regiones autónomas: Prusia; Hannover y el noroeste; Sajonia y la región de Leipzig; Hesse-Darmstadt, Hesse-Kassel y la zona sur del Rin, y Baviera y Baden Würtenberg.
-Dos territorios bajo tutela de las Naciones Unidas: Kiel, su canal y Hamburgo, y el Sarre y el Ruhr.
En esta división, la diferencia se mostraba, evidentemente, en las consideraciones de orden industrial.
Stalin zanjó la cuestión: "los alemanes son todos iguales". A lo que se adhirió sin muchas vacilaciones Roosevelt, añadiendo que, tarde o temprano, volverían a unirse.
Stalin insistió en el control de la industria alemana y no tardó en ganar su causa a sus aliados cuando se mencionó el tema de la Aviación y, por supuesto, el Ejército.
Esta unanimidad en el exterminio llevó al dictador soviético a un exceso verbal que molestó a Churchill y se liquidó con un chiste de dudosa gracia.
Stalin, en uno de los muy numerosos brindis -que se hacían siempre con vodka- levantó su copa "por el fusilamiento de 50.000 oficiales alemanes". Churchill calificó aquello de "indignidad", y Roosevelt intentó salir del paso diciendo: "¡Bueno! ¡Brindemos sólo por la muerte de 49.500... !"
En las decisiones concretas para terminar la guerra con Alemania se suscitó el tema de la Operación Overlord, es decir, de la invasión de Europa tras el desembarco -que era el núcleo de la Operación-, ya suficientemente madurada.
Pero la cuestión se estancó un tanto porque Stalin presentaba algunas reticencias al protagonismo de Estados Unidos. Sin embargo, Roosevelt seguiría adelante con su proyecto y con el nombre de su ejecutor, que poco después hizo público: el general Dwight D. Eisenhower.
La Conferencia de Teherán terminó con un comunicado oficial en el que se decía:
"La Conferencia:
1. Ha acordado que los guerrilleros de Yugoslavia deben ser apoyados con suministros y equipo en la mayor extensión posible, así como con operaciones de comandos.
2. Ha acordado que, desde el punto de vista militar, es deseable que Turquía entre en la guerra al lado de los aliados antes de fin de año.
3. Ha tomado nota de la afirmación del mariscal Stalin de que si Turquía entra en guerra con Alemania y, como consecuencia, Bulgaria declarase la guerra a Turquía o la atacara, los soviets inmediatamente declararían la guerra a Bulgaria. La Conferencia ha tomado, asimismo, nota de que este hecho debería ser explícitamente declarado en las inminentes negociaciones para hacer entrar a Turquía en la guerra.
4. Ha tomado nota de que la Operación Overlord sería desencadenada durante el mes de mayo de 1944 conjuntamente con una operación contra el sur de Francia. Esta última operación será emprendida con el máximo de potencial que permita la disponibilidad de lanchas de desembarco. La Conferencia ha tomado, asimismo, nota de la afirmación del mariscal Stalin de que las fuerzas soviéticas desencadenarían una ofensiva aproximadamente en el mismo momento, con el fin de impedir que las fuerzas alemanas puedan trasladarse del frente oriental al occidental.
5. Ha acordado que los Estados Mayores militares de las tres potencias se mantengan en estrecho contacto en lo sucesivo, con miras a las inminentes operaciones en Europa. Se ha acordado particularmente que los Estados Mayores interesados concierten un plan de cobertura destinado a desconcertar y engañar al enemigo por lo que respecta a las expresadas operaciones."
En un anexo separado se hacía constar el agradecimiento de los reunidos al país que les había hospedado. Se esbozaba un plan de ayuda a los iraníes en el doble plano económico y militar, por si los alemanes decidiesen tomar represalias por haber albergado a los Tres Grandes.
No figuraba en el comunicado, pero sí está en las notas de la Conferencia, un párrafo que es el que arroja mayor luz sobre el espíritu que animaba a los aliados:
"Nuestros Estados Mayores militares se nos han reunido en torno a la mesa de nuestra Conferencia y hemos concertado planes para la destrucción de las fuerzas alemanas. Hemos llegado a un completo acuerdo respecto al alcance y sincronización de las operaciones que han de desarrollarse desde el Oeste, el Este y el Sur".
Roosevelt abandonó Teherán convencido de haber conquistado para siempre a Stalin. Creía a pies juntillas en el brindis, el último brindis, del dictador georgiano: "Ahora es seguro que nuestros pueblos actuarán juntos y amigablemente, no sólo en la hora actual, sino también después de la guerra".
La segunda conferencia de los Tres Grandes se celebró en febrero de 1945, en la península de Crimea, del mar Negro, es decir, en territorio de la URSS.